Casi todas las personas que tienen hijos y a las que les preguntamos ¿qué es lo más valioso que tienes en tu vida?, nos responderán enfáticamente: ¡mis hijos!

Pero nos voy a hacer una pregunta algo perturbadora (digo nos, porque me incluyo en este mismo instante…):

¿Se refleja esto verdaderamente en nuestro existir cotidiano?

¿Cuánta atención le brindamos a nuestros pequeños?

¿Y de qué calidad?

Nuestros valiosísimos investigadores del Conicet hicieron un experimento muy interesante en relación a los efectos de la desatención en personas que cuentan una historia:

Dividieron a personas que fueron a una charla TED en dos grupos.  En uno de ellos, había un interlocutor contando una historia personal fuerte y del otro lado, un receptor atento y comprometido gestualmente al escuchar esa historia.

En el otro, había también un relator de una historia intensa personalmente, pero del otro lado, el receptor miraba distraídamente su celular sin comprometerse gestualmente con la escucha.

Finalmente, se distribuyó un cuestionario a cada uno para que valoraran, en una escala de 1 a 10, distintos aspectos de la comunicación. A los contadores se les preguntó si creían que su historia era entretenida y emotiva y, también se les pedía que valoraran al receptor (cuán interesante, atractivo o divertido lo percibían) y cuánto sentían que su relato había sido bien narrado y atrayente para el otro. A los receptores se les pidió una valoración acerca de la historia y sobre el contador.

El resultado es realmente revelador.

En el primer grupo, ambos miembros, tanto el receptor como el comunicador, evaluaban tanto la historia como a su partenaire con puntajes de interés mucho más altos que en el segundo grupo.

En la dupla del receptor distraído con su celular, el contador de historias nos sólo que percibía como poco interesante a su compañero de experiencia, sino que sentía que ¡él y su historia eran poco interesantes!

Al escribir estas líneas vuelvo a sentir una pesado escalofrío.

¿Cuántas veces habré hecho sentir eso a mis personas queridas, a mis hijas especialmente?

¡Cuántas veces he visto en el consultorio personas con baja autoestima que no recordaban que sus padres los descalificaran!

No se…..siempre me trataron bien en casa……

Tal vez no hubo ninguna clase de maltrato o descalificación, pero tal vez sí haya habido poca atención.

Hoy sabemos que cuando no le damos al otro nuestra entera atención, hay muchas chances de que se sienta poco valioso tanto en lo personal, como respecto de lo que cuenta.

De todos modos, no tema, querido lector, uno puede fallar de tanto en tanto.  Es enteramente humano.

En general las personas no desarrollamos un aspecto de nuestro funcionamiento con un sólo evento desafortunado.

Lo que daña es la desatención sostenida y habitual.  Lo que lesiona el autoconcepto y la sensación de valía es percibirse como intrascendente a los ojos del otro.  El celular o la TV. son más importantes que yo, puede sentirse un niño al que miramos de reojo mientras operamos con «his majety, el celular».

Ayer me decía una paciente que fue a ver a su madre y que ésta comenzó verborragicamente a hablar de sí misma.  Mi paciente sintió una enorme desolación en el pecho que evocó en ella muchas sensaciones parecidas de su infancia.  En nuestro proceso, le costó mucho tiempo entender cómo se había sentido tan sola tantas veces con sus padres presentes físicamente y muy solícitos en muchos aspectos funcionales de su crianza.  ¿Cómo es que me he sentido tan sola con mis padres tan presentes?

Pero, ¿estuvieron realmente presentes? ¿Conectados emocionalmente y atentos a su pequeño mundo?  

Pareciera que no…..

Los niños tienen sus pequeñas batallas cotidianas, sus estresores infantiles.  A los ojos de los adultos pueden parecer una pavada.  Pero son su verdadero universo.

Ellos necesitan que los miremos a los ojos y que su relato sea importante para nosotros.  Necesitan disponibilidad del adulto y apoyo emocional y práctico real.

Orientarlos en sus pequeñas batallas, preguntarles como se sienten, entender su mundito.

Ese vínculo con nosotros dicen los expertos en apego, luego se transforma en estructura psicológica propia.

Nuestra voz, nuestros gestos, nuestra mirada, se constituirá luego en un aspecto central del modo en el que ellos se miran, se hablan y se tratan a si mismos.

¿Podemos, por favor, volver a prestarnos verdadera atención?